Alguna escritura académica en filosofía es pura ensalada de palabras, verborrea, galimatías, un "enyerbado" hermenéutico que empalaga. Fastidia.
El comentarista, el interprete "complejiza", brinda "interpretaciones profundas" (!!) acerca de un tema o de algún autor; pero, al fin y al cabo, a uno le queda la impresión: "por qué no habré leído al autor comentado directamente".
Es cierto, hay textos que ayudan, textos-manuales salidos de la pluma de esforzados e inteligentes lectores que han pasado parte de su vida leyendo a un autor o acerca de una temática, y han "rumiado" los textos, confrontándolos con el mundo de la propia vida, y han advertido las posibilidades y capacidades de intervención teórica (en el campo práctico) del texto de estudio.
Pero, en general, la escritura, que se podría llamar: a pedido de la ampliación curricular, aquella que tiene esa carga obligatoria, evocando al escolar: "Redacten sobre la vaca"!! Claro, como no se hace con pasión; como sólo se escribe para seguir "en carrera", adolece de capacidad comunicativa, no permite al ocasional lector aumentar su conectividad con el texto, el autor y la intervención teoríca que pudiera referir la producción. En general, textos muy aburridos, en donde uno no alcanza a comprender qué es lo que el texto se propone.
Los "papers" se repiten en sus títulos, por ejemplo: "Perspectivas teóricas de ..."; "Fulano y mengano en ..." Consultar las "intervenciones teóricas" en la mayoría de Congresos, Jornadas, etc., es un buen ejercicio para perder el tiempo.
Uno está tentado a proponer (uy!!, qué espanto el pensamiento propositivo, como alguna vez se me dijo y no en una charla informal). Escríbase sin más, sin autocensuras y sin obligaciones. En algún momento, alguna línea discursiva abrirá o podrá abrir, para el autor y para el lector atento, la "palabra otra", esa que puede llevar a una reflexión-intervención para aumentar la conectividad de conciencias (Deleuze) con el correlativo aumento de la potencia, pudiendo agenciar la potencia liberadora de la cooperación cognitiva.
La palabra que provoque, que conmueva, aquella que convoque a la respuesta y al pensamiento.
Que la escritura sea fruto de la vida meditada, del arduo oficio por "cincelar" en el papel una línea que "haga pensar". Una "flecha reflexiva", como aquella flecha legendaria que nunca llega al blanco, que mantiene la tensión, busca el blanco pero no llega.
Para redondear, cierto punto de vista academicista se propone como el "punto de vista principe", el "ojo" y la opinión legítima, por el "volumen de sus citas"..., por su trascendencia..., porque ve todo desde "un lugar". Parecido a aquella concepción del clasicismo pictórico italiano que juzga al ojo del pintor como la "fuente que ilumina" al conjunto, al todo observado.
Tal vez "otro ojo", podría verse más inmerso en el conjunto-mundo y, de este modo, pueda abrir la posibilidad de una escritura deudora del flujo-mundo, con la intención (sólo porque sí, porque tiene ganas) de agenciar redes comprensivas capaces de habilitar nuevos modos de vida (sólo porque sí, porque se le antoja).
jueves, 23 de julio de 2009
martes, 21 de julio de 2009
Fragmento filosófico-político. 5
La entrada anterior, el fragmento filosófico-político 4, amerita algunos comentarios e indicaciones de los problemas sugeridos y cuestiones que abre.
A manera de escolio, va lo siguiente:
¿La nueva sociedad (en tanto autoconstitución posible) demanda escrupulosamente, como premisa ineludible, la supresión total de toda alienación económica?, ¿La institución del socialismo debe ser "impuesta" por algún aparato trascendente a la multiplicidad social? "Impuesta", incluso por convencimiento ilustrado "mayoritario". ¿Surge esta autoconstitución social, en definitiva, como contrapartida dialéctica de la proscripción de la desapropiación capitalista?, ¿La supresión total del emprendimiento privado, que requiera mano de obra contratada, abre (mejor) las puertas a una sociedad redistributiva y justa?, ¿La "respuesta dialéctica" al agenciamiento capitalista surge necesariamente del esclarecimiento racional pedagógico?...
Aquí se abren una serie de cuestiones de ontología política, resumidas en el problema: ¿Es necesario un "centro" (total) que "conduzca" a la multiplicidad en los aspectos señalados? La respuesta afirmativa a esta cuestión se funda en la aceptación de la hipótesis (-ficción) hegeliana del MUNDO (como mejor mundo) como una UNIDAD , entendida como unidad orgánica, idealización del Espíritu absoluto total, que, habiéndose negado como unidad, multiplicándose en plurales destinos, se "reconcilian" después del drama total de la historia para "recuperar" la unidad perdida y fundante, superando así los desgarramientos de las "conciencias desventuradas" que se proponen una vida individual, independiente y autónoma.
Este organicismo "historicista", el mejor filosóficamente propuesto y distinto del esencialismo clásico, postula la unidad del mundo (como el mejor mundo posible)como logro a través del largo camino del espíritu (penoso y esforzado) después de "mil y uno" avatares y fracasos. Esta unidad se plasma objetivamente en instituciones como producto de la lucha histórica que los grupos, clases, pueblos, establecen el control y definición de la UNIDAD central (y mejor lograda). Como "síntesis" (ficción) conjuntista de las características "identitarias" (ficcional también) de una pluralidad social. Pero, en general, las entidades resultantes, propuestas como plasmación objetiva del espíritu subjetivo, tienen la tendencia (¿qué macana, no?), aunque Hegel así no lo quería, a transformarse en un conjunto de instituciones supratemporales y suprasociales. (El propio Hegel y los hegelianos inteligentes saben de la contingencia histórica de los "espíritus objetivados". Sin embargo está perspectiva, con su "ontología teleológica de la reconciliación", presupone y propone una UNIDAD previa a la histórica pluralidad que fácticamente se "re-encuentra" en la realización objetiva, por fin, del "saber absoluto". Esto funciona muy bien como utopía religiosa, pero nada tiene que ver con la insistencia de la irreductible multiplicidad).
La UNIDAD producida, aunque el hegelianismo la vea siempre en movimiento y afectada por el devenir social, adquiere (¿qué macana, no?), en general, independencia y actúa pragmáticamente como sofocador de los agenciamientos diferenciales y plurales sociales.
De este modo, la mejor ontología política que deviene de aquí, el marxismo, prescribe la subordinación de la libertad política, la construcción de un aparato total que como vanguardia (estado, partido, etc...) aglutine al conjunto y esté en mejores condiciones de oponerse a la lógica del capitalismo; construyendo la ilusión del destino del "comunismo total".
Pero (¿qué macana, no?) la pluralidad social y la libertad es irreductible a cualquier UNIDAD que se autoproclame el núcleo etico-mítico (oculto) esencial a una historia (a cualquier "drama histórico") y revelado como el ser determinado (como conquista histórica) por la hegemonía triunfante.
Sólo pragmáticamente la pluralidad social puede proponer un Uno contingente para conseguir mejores posibilidades de agenciamientos y dispositivos autoconstitutivos, sin que ese "uno", y aquí esta la clave, subsuma cualquier iniciativa individual
Sostener esta última hipótesis (lo multiple irreductible, por más pedagogía que se proponga; toda unidad una ficción de la hegemonía triunfante;...) puede echar nueva luz a las preguntas y cuestiones que abrían este fragmento.
A manera de escolio, va lo siguiente:
¿La nueva sociedad (en tanto autoconstitución posible) demanda escrupulosamente, como premisa ineludible, la supresión total de toda alienación económica?, ¿La institución del socialismo debe ser "impuesta" por algún aparato trascendente a la multiplicidad social? "Impuesta", incluso por convencimiento ilustrado "mayoritario". ¿Surge esta autoconstitución social, en definitiva, como contrapartida dialéctica de la proscripción de la desapropiación capitalista?, ¿La supresión total del emprendimiento privado, que requiera mano de obra contratada, abre (mejor) las puertas a una sociedad redistributiva y justa?, ¿La "respuesta dialéctica" al agenciamiento capitalista surge necesariamente del esclarecimiento racional pedagógico?...
Aquí se abren una serie de cuestiones de ontología política, resumidas en el problema: ¿Es necesario un "centro" (total) que "conduzca" a la multiplicidad en los aspectos señalados? La respuesta afirmativa a esta cuestión se funda en la aceptación de la hipótesis (-ficción) hegeliana del MUNDO (como mejor mundo) como una UNIDAD , entendida como unidad orgánica, idealización del Espíritu absoluto total, que, habiéndose negado como unidad, multiplicándose en plurales destinos, se "reconcilian" después del drama total de la historia para "recuperar" la unidad perdida y fundante, superando así los desgarramientos de las "conciencias desventuradas" que se proponen una vida individual, independiente y autónoma.
Este organicismo "historicista", el mejor filosóficamente propuesto y distinto del esencialismo clásico, postula la unidad del mundo (como el mejor mundo posible)como logro a través del largo camino del espíritu (penoso y esforzado) después de "mil y uno" avatares y fracasos. Esta unidad se plasma objetivamente en instituciones como producto de la lucha histórica que los grupos, clases, pueblos, establecen el control y definición de la UNIDAD central (y mejor lograda). Como "síntesis" (ficción) conjuntista de las características "identitarias" (ficcional también) de una pluralidad social. Pero, en general, las entidades resultantes, propuestas como plasmación objetiva del espíritu subjetivo, tienen la tendencia (¿qué macana, no?), aunque Hegel así no lo quería, a transformarse en un conjunto de instituciones supratemporales y suprasociales. (El propio Hegel y los hegelianos inteligentes saben de la contingencia histórica de los "espíritus objetivados". Sin embargo está perspectiva, con su "ontología teleológica de la reconciliación", presupone y propone una UNIDAD previa a la histórica pluralidad que fácticamente se "re-encuentra" en la realización objetiva, por fin, del "saber absoluto". Esto funciona muy bien como utopía religiosa, pero nada tiene que ver con la insistencia de la irreductible multiplicidad).
La UNIDAD producida, aunque el hegelianismo la vea siempre en movimiento y afectada por el devenir social, adquiere (¿qué macana, no?), en general, independencia y actúa pragmáticamente como sofocador de los agenciamientos diferenciales y plurales sociales.
De este modo, la mejor ontología política que deviene de aquí, el marxismo, prescribe la subordinación de la libertad política, la construcción de un aparato total que como vanguardia (estado, partido, etc...) aglutine al conjunto y esté en mejores condiciones de oponerse a la lógica del capitalismo; construyendo la ilusión del destino del "comunismo total".
Pero (¿qué macana, no?) la pluralidad social y la libertad es irreductible a cualquier UNIDAD que se autoproclame el núcleo etico-mítico (oculto) esencial a una historia (a cualquier "drama histórico") y revelado como el ser determinado (como conquista histórica) por la hegemonía triunfante.
Sólo pragmáticamente la pluralidad social puede proponer un Uno contingente para conseguir mejores posibilidades de agenciamientos y dispositivos autoconstitutivos, sin que ese "uno", y aquí esta la clave, subsuma cualquier iniciativa individual
Sostener esta última hipótesis (lo multiple irreductible, por más pedagogía que se proponga; toda unidad una ficción de la hegemonía triunfante;...) puede echar nueva luz a las preguntas y cuestiones que abrían este fragmento.
miércoles, 15 de julio de 2009
Fragmento filosófico-político. 4
Una y otra vez la libertad regresa. El retorno de lo reprimido (Freud). Sin entrar en extensas consideraciones metafísicas podemos convenir que la posibilidad de decir "no" a un determinado estado de cosas, como así también a un "organismo social" que se pretende la "realización" de la armonía social, es una característica propiamente humana. El espíritu revolucionario, libertario, bien podríamos considerarlo un existenciario propio de los seres humanos. Si bien es cierta la "servidumbre servil", con su afectiva cupiditas servil, también es cierta su labilidad, su inestabilidad y su rechazo. El espíritu libertario siempre regresa, diciendo esto más como una constatación empírica que como un éxtasis romántico; y, parece, que siempre regresará, para seguir "molestando", tal como le molestaba al impune "Gran Inquisidor" de F. Dostoievski (en Los hermanos Karamazov), dispuesto a reprimir y a censurar todo brote de iniciativa libertaria, por fuera de la libertad positiva prescripta magisterialmente por la burocracia paternalista dominante. Ese relato ficcional de Ivan Karamazov tal vez sea, gracias a la genial pluma del escritor ruso, una de las páginas más descriptivas del "paternalismo político"; de aquel que se propone dar las condiciones (materiales) de la libertad y, sin embargo, negar la libertad misma, como bien explica I. Berlin.
Algunos paternalismos políticos magisteriales confían "religiosamente" en el axioma que presupone preferir la ampliación de las condiciones materiales de existencia antes que el amplio ejercicio de la libertad, especialmente la negativa. Confían, entregados a ciertos conceptos totales, en la posibilidad redentora de cierta armonía social en tanto se prescriban y se establezcan (coercitivamente) las condiciones materiales para el ejercicio de una "auténtica libertad" (positiva).
En una de sus vertientes, que aquí interesa desmontar, la estadolatría marxista basa su consigna medular en la proscripción del contrato laboral inintencional, lo que se conoce como el paso previo a la socialización de los medios de producción, primero con control estatal, para después (vaya a saber cuando) lograr a través de la pedagogía comunista la efectiva sociedad (intencional) comunista total. Estas condiciones proscriptivas abrirían las puertas de la armónica sociedad emancipada.
(Conviene profundizar y aclarar)
Es cierto que el contrato laboral capitalista es esencialmente inintencional, en general, las condiciones laborales son aceptadas inintencionalmente por los trabajadores. El capital subsume al trabajo vivo, es esta una verdad empírica que bien Marx ha expuesto. Y es claro, en estas condiciones, que el real ejercicio de la libertad se polariza del lado de la legalidad propietaria. Es este el meollo de la "libertad positiva" capitalista: de un lado los desapropiadores, del otro los desapropiados. Queda claro que la sociedad capitalista es la que menos respeta la propiedad privada in fieri de los productores. Ante estas condiciones, ¿qué propone el marxismo?: ante esta esencial libertad del capitalismo, el marxismo antepone dialécticamente su propuesta de libertad positiva con la proscripción magisterial de ese tipo de inintencionalidad laboral, proponiendo cambiar la matriz de producción y de apropiación privada del producto social. Proponiendo así otras condiciones sociales, otro tipo de "libertad positiva", convencidos, no sólo de crear así una más igualitaria distribución de la riqueza, sino también las condiciones de una sociedad más emancipada, con mayores posibilidades para el ejercicio de la "auténtica libertad".
Toda esta concepción se basa en el objetivo de edificar un organismo social total como ideal platónico, que sea a la vez capaz de "codificar moralmente" la "descodificación" (anárquica, en sentido peyorativo) capitalista de las pulsiones libidinales (G. Deleuze). Esa nueva codificación se ha llamado "hombre nuevo", orgánicamente integrado y disciplinado al conjunto social. Hombre (héroe) que se conseguirá tras una ardua tarea pedagógica y de ilustración, cuando éste sea capaz de cerciorarse del "saber absoluto" que se encuentra a su alcance.
Sin embargo, parece también cierto, que los conjuntos sociales son irreductibles a las pretensiones totales orgánicas, cualquiera sea. La sociedad constituye insistentemente tal "universo pluralista" (W. James) como existenciario colectivo que es imposible disciplinarla totalmente.
Las respuestas que se objetivizan ante la inintencionalidad de la desapropiación capitalista son variadas. Muchos se adaptan (coercitivamente o no) y construyen una identidad libre por fuera de la alienación económica que padecen. Otros se adaptan y se conforman concientemente con la expectativa de llegar algún día a ocupar la polaridad desapropiadora; otros resisten y se organizan para evitar los excesos de la explotación capitalista; otros "fugan" y se autonomizan; otros, incluso, se entregan al sin sentido... Vemos plurales respuestas.
Toda esta pluralidad es vista por el paternalismo estadolátrico marxista como desviaciones no deseadas, cargadas de una falsa conciencia manifiesta, producto de la alienación ideológica propia de la sociedad capitalista. Sólo reivindican la resistencia anti-capitalista como el germen de la dialéctica sociedad por venir. Proponen: la pluralidad (descodificada) económica es una etapa de la vida social que debe ser superada. Presuponen así, de nuevo aparecen los conceptos totales, un UNO superior y organizador del deber ser social. Un UNO superior, que como dispositivo trascendente e independiente de la vida social, planifique y diseñe la vida más allá del pluralismo intrínseco que ella manifiesta, en todos los aspectos, económico, político y cultural. Se justifican: queda aún, dicen, mucha tarea pedagógica por realizar, para disciplinar y construir el "hombre nuevo". Y dicen, justificando su organicismo, conviene más crear las condiciones para "satisfacer" una vida "digna" que los excesos de determinada libertad negativa.
Esta es la trampa dialéctica del monismo filosófico; llega a estas conclusiones presuponiendo una única respuesta auténtica a la desapropiación capitalista. Sin embargo, está visto, que incluso la resistencia anti-capitalista se pluraliza en diversas respuestas. Pero el monismo insiste: si la desapropiación es el fundamento del capital y, por lo tanto, de la sociedad capitalista, su proscripción abrirá las puertas de una nueva sociedad. Pero el monismo dialéctico comete el error ontológico de poner algo determinado (UNO) como fundamento del devenir de la realidad social, olvidándose de la plural indeterminación magmánica del imaginario instituyente social (C. Castoriadis), que le cuesta atarse a un solo fundamento por más magisterial e ilustrado que se proponga. La vida gusta diferenciarse.
Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Es necesario proscribir el contrato laboral libre para posibilitar una mayor potencia social emancipadora? Respondiendo apurado: considero que no. Bien puede ganar más espacios la resistencia anti-capitalista si el emprendimiento social libre y un estado más participativo logra crear las condiciones para el desarrollo de los agenciamientos sociales autogestivos. En tanto la libertad negativa como resistencia ante la opresión sea capaz de abrir las puertas alternativas a otros mundos, a muchos mundos. Porque, tal vez, el entramado rizomático de los agenciamientos sociales autogestivos ganen potencia y transformen en historia la tristeza social del capitalismo.
Algunos paternalismos políticos magisteriales confían "religiosamente" en el axioma que presupone preferir la ampliación de las condiciones materiales de existencia antes que el amplio ejercicio de la libertad, especialmente la negativa. Confían, entregados a ciertos conceptos totales, en la posibilidad redentora de cierta armonía social en tanto se prescriban y se establezcan (coercitivamente) las condiciones materiales para el ejercicio de una "auténtica libertad" (positiva).
En una de sus vertientes, que aquí interesa desmontar, la estadolatría marxista basa su consigna medular en la proscripción del contrato laboral inintencional, lo que se conoce como el paso previo a la socialización de los medios de producción, primero con control estatal, para después (vaya a saber cuando) lograr a través de la pedagogía comunista la efectiva sociedad (intencional) comunista total. Estas condiciones proscriptivas abrirían las puertas de la armónica sociedad emancipada.
(Conviene profundizar y aclarar)
Es cierto que el contrato laboral capitalista es esencialmente inintencional, en general, las condiciones laborales son aceptadas inintencionalmente por los trabajadores. El capital subsume al trabajo vivo, es esta una verdad empírica que bien Marx ha expuesto. Y es claro, en estas condiciones, que el real ejercicio de la libertad se polariza del lado de la legalidad propietaria. Es este el meollo de la "libertad positiva" capitalista: de un lado los desapropiadores, del otro los desapropiados. Queda claro que la sociedad capitalista es la que menos respeta la propiedad privada in fieri de los productores. Ante estas condiciones, ¿qué propone el marxismo?: ante esta esencial libertad del capitalismo, el marxismo antepone dialécticamente su propuesta de libertad positiva con la proscripción magisterial de ese tipo de inintencionalidad laboral, proponiendo cambiar la matriz de producción y de apropiación privada del producto social. Proponiendo así otras condiciones sociales, otro tipo de "libertad positiva", convencidos, no sólo de crear así una más igualitaria distribución de la riqueza, sino también las condiciones de una sociedad más emancipada, con mayores posibilidades para el ejercicio de la "auténtica libertad".
Toda esta concepción se basa en el objetivo de edificar un organismo social total como ideal platónico, que sea a la vez capaz de "codificar moralmente" la "descodificación" (anárquica, en sentido peyorativo) capitalista de las pulsiones libidinales (G. Deleuze). Esa nueva codificación se ha llamado "hombre nuevo", orgánicamente integrado y disciplinado al conjunto social. Hombre (héroe) que se conseguirá tras una ardua tarea pedagógica y de ilustración, cuando éste sea capaz de cerciorarse del "saber absoluto" que se encuentra a su alcance.
Sin embargo, parece también cierto, que los conjuntos sociales son irreductibles a las pretensiones totales orgánicas, cualquiera sea. La sociedad constituye insistentemente tal "universo pluralista" (W. James) como existenciario colectivo que es imposible disciplinarla totalmente.
Las respuestas que se objetivizan ante la inintencionalidad de la desapropiación capitalista son variadas. Muchos se adaptan (coercitivamente o no) y construyen una identidad libre por fuera de la alienación económica que padecen. Otros se adaptan y se conforman concientemente con la expectativa de llegar algún día a ocupar la polaridad desapropiadora; otros resisten y se organizan para evitar los excesos de la explotación capitalista; otros "fugan" y se autonomizan; otros, incluso, se entregan al sin sentido... Vemos plurales respuestas.
Toda esta pluralidad es vista por el paternalismo estadolátrico marxista como desviaciones no deseadas, cargadas de una falsa conciencia manifiesta, producto de la alienación ideológica propia de la sociedad capitalista. Sólo reivindican la resistencia anti-capitalista como el germen de la dialéctica sociedad por venir. Proponen: la pluralidad (descodificada) económica es una etapa de la vida social que debe ser superada. Presuponen así, de nuevo aparecen los conceptos totales, un UNO superior y organizador del deber ser social. Un UNO superior, que como dispositivo trascendente e independiente de la vida social, planifique y diseñe la vida más allá del pluralismo intrínseco que ella manifiesta, en todos los aspectos, económico, político y cultural. Se justifican: queda aún, dicen, mucha tarea pedagógica por realizar, para disciplinar y construir el "hombre nuevo". Y dicen, justificando su organicismo, conviene más crear las condiciones para "satisfacer" una vida "digna" que los excesos de determinada libertad negativa.
Esta es la trampa dialéctica del monismo filosófico; llega a estas conclusiones presuponiendo una única respuesta auténtica a la desapropiación capitalista. Sin embargo, está visto, que incluso la resistencia anti-capitalista se pluraliza en diversas respuestas. Pero el monismo insiste: si la desapropiación es el fundamento del capital y, por lo tanto, de la sociedad capitalista, su proscripción abrirá las puertas de una nueva sociedad. Pero el monismo dialéctico comete el error ontológico de poner algo determinado (UNO) como fundamento del devenir de la realidad social, olvidándose de la plural indeterminación magmánica del imaginario instituyente social (C. Castoriadis), que le cuesta atarse a un solo fundamento por más magisterial e ilustrado que se proponga. La vida gusta diferenciarse.
Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Es necesario proscribir el contrato laboral libre para posibilitar una mayor potencia social emancipadora? Respondiendo apurado: considero que no. Bien puede ganar más espacios la resistencia anti-capitalista si el emprendimiento social libre y un estado más participativo logra crear las condiciones para el desarrollo de los agenciamientos sociales autogestivos. En tanto la libertad negativa como resistencia ante la opresión sea capaz de abrir las puertas alternativas a otros mundos, a muchos mundos. Porque, tal vez, el entramado rizomático de los agenciamientos sociales autogestivos ganen potencia y transformen en historia la tristeza social del capitalismo.
viernes, 10 de julio de 2009
Nación, mitoide del nacionalismo revolucionario. (2)
El mitoide "nación" ha atravesado por distintos avatares durante el siglo XX. En principio, la misma conformación del estado (burgués) argentino requirió una representación simbólica que nominara el "destino" de una autoimagen de clase, omnienglobando por coerción y consenso un territorio y una población. Los ideólogos de la oligarquía germinal del siglo XIX se dieron a la tarea de inventar un destino simbólico que posibilitara la afirmación de determinados valores. El proyecto de la "emancipación mental" de los ilustrados positivistas hizo su aporte en la conformación de una idea de nación, enarbolando los ideales liberales y civilizatorios, siempre en el marco de una hegemonía de base terrateniente y oligárquica. La batalla contra-hegemónica del conservadurismo clerical, de raigambre hispanista, contra la hegemonía liberal positivista amalgamó una idea de nación, invocando un substrato heredado tradicional y esencial, como núcleo ético-mítico perenne de lo "argentino".
Estos sectores reaccionarios, conservadores (liberales sólo en lo económico), de raíz católica, llevaron a cabo una enorme tarea pedagógico-política: institutos educativos, inserción en la vida castrense, presión sobre las autoridades de turno; toda una tarea que se plasmó victoriosa en la década del 40 del siglo XX, especialmente a partir del golpe de 1943. El peronismo fue su resultado: el proyecto corporativista social-cristiano con sus singulares ideas de justicia social, paternalismo y patronazgo social, con alguna "pimienta" tercermundista, conformó el entramado de una cultura política, denominada por algunos "intelectuales nacionales": el emergente genuino de la "conciencia nacional"; y fue entendido como la efectuación de la "nación organizada", cuando, en realidad, no era más que la copia de ciertos corporativismos y fascismos europeos. Para más datos el ineludible libro de L Zanatta para entender este proceso de cambio de la cultura política argentina, "Del estado liberal a la nación católica".
Luego, en los 60 y 70 del siglo XX, al calor de las contradicciones de los modelos de bienestar y desarrollistas, de la feróz resistencia conservadora y oligárquica ante las mutaciones de la época, de las contradicciones en el seno del catolicismo y, también, de las contradicciones en el complejo sindical corporativo conformado por el peronismo, fue conformándose una nueva idea de "nación". El mismo mitoide, ahora "recargado" de valores más "clasistas" y más "progresistas". Como estandarte de la "lucha revolucionaria", muy "pagado de sí mismo", como idea original y bien tercermundista, fue la "mística" que alentó a algunos militantes revolucionarios en su lucha contra la derecha conservadora y liberal. Y luego, la tragedia...
Este último nacionalismo (ahora revolú) se autoconsideró la reserva genuina y progresista del espíritu "latinoamericano", el verdadero substrato resistente antiburgués; sin comprender, quienes así lo conciben, que al enarbolar consignas tales como: proyecto nacional, patria grande, etc... no hacen más que jugar con un mitoide ajeno y depotenciador de la autoconstitución popular.
Minar "partisanamente" este mitoide es una de las tareas esenciales del pensamiento libertario. Mal juego se le hará a la autonomía social mientras se siga embretado en una cultura política "pastoril", donde la trama de la construcción social sólo dependa de prevendas, dádivas y patronazgos protectores.
Pero, se prometen otros "capítulos" del devenir de "lo nacional". Vendrán a decir y a querer convencernos de que conviene más la "sombra" del "pino" antes que las enredaderas rizomáticas de las inmanencias autogestivas y singulares.
Estos sectores reaccionarios, conservadores (liberales sólo en lo económico), de raíz católica, llevaron a cabo una enorme tarea pedagógico-política: institutos educativos, inserción en la vida castrense, presión sobre las autoridades de turno; toda una tarea que se plasmó victoriosa en la década del 40 del siglo XX, especialmente a partir del golpe de 1943. El peronismo fue su resultado: el proyecto corporativista social-cristiano con sus singulares ideas de justicia social, paternalismo y patronazgo social, con alguna "pimienta" tercermundista, conformó el entramado de una cultura política, denominada por algunos "intelectuales nacionales": el emergente genuino de la "conciencia nacional"; y fue entendido como la efectuación de la "nación organizada", cuando, en realidad, no era más que la copia de ciertos corporativismos y fascismos europeos. Para más datos el ineludible libro de L Zanatta para entender este proceso de cambio de la cultura política argentina, "Del estado liberal a la nación católica".
Luego, en los 60 y 70 del siglo XX, al calor de las contradicciones de los modelos de bienestar y desarrollistas, de la feróz resistencia conservadora y oligárquica ante las mutaciones de la época, de las contradicciones en el seno del catolicismo y, también, de las contradicciones en el complejo sindical corporativo conformado por el peronismo, fue conformándose una nueva idea de "nación". El mismo mitoide, ahora "recargado" de valores más "clasistas" y más "progresistas". Como estandarte de la "lucha revolucionaria", muy "pagado de sí mismo", como idea original y bien tercermundista, fue la "mística" que alentó a algunos militantes revolucionarios en su lucha contra la derecha conservadora y liberal. Y luego, la tragedia...
Este último nacionalismo (ahora revolú) se autoconsideró la reserva genuina y progresista del espíritu "latinoamericano", el verdadero substrato resistente antiburgués; sin comprender, quienes así lo conciben, que al enarbolar consignas tales como: proyecto nacional, patria grande, etc... no hacen más que jugar con un mitoide ajeno y depotenciador de la autoconstitución popular.
Minar "partisanamente" este mitoide es una de las tareas esenciales del pensamiento libertario. Mal juego se le hará a la autonomía social mientras se siga embretado en una cultura política "pastoril", donde la trama de la construcción social sólo dependa de prevendas, dádivas y patronazgos protectores.
Pero, se prometen otros "capítulos" del devenir de "lo nacional". Vendrán a decir y a querer convencernos de que conviene más la "sombra" del "pino" antes que las enredaderas rizomáticas de las inmanencias autogestivas y singulares.
miércoles, 8 de julio de 2009
Nación, mitoide del nacionalismo revolucionario.
La burguesía terrateniente argentina (la llamada oligarquía) echó mano de una representación social imaginaria que se amalgamó, en su emergencia, en el pensamiento señorial-conservador, la significación: Nación. Esta representación, como herramienta simbólica, sistemáticamente fue utilizada para desplazar las significaciones sociales de resistencia anti-capitalista. "Nación" es un "concepto total", una representación que ha agenciado mejor el dominio de clase. Construye un "mensaje", significando la ilusión de un destino "natural", esencial, extra-social, como UNO superior y magisterial al ser siendo del conjunto (múltiple) social.
Pero más interesante que analizar el desarrollo de esta representación en el conjunto del pensamiento conservador es estudiar sus "usos" en lo que se ha denominado el "pensamiento nacional y popular". Muchos intelectuales, adelantándose a lo que Laclau va a llamar "significante vacío", se abocaron a la tarea de "re-significar" esta representación inventando los mitoides hartos conocidos: lo nacional y popular, el "substrato de la patria". Intento de las corrientes "nacional-revolucionarias" por recuperar y re-semantizar determinada representación social; definitoria, dicen, de una singular identidad popular: una especie de hypokeimenon imaginario, "juez" de la praxis política. Un conjunto de representaciones, englobadas en el mitoide "nación", que como dispositivo trascendente significativo, manda, normativiza la praxis social y política; y que se renueva accidentalmente, no esencialmente, de generación en generación (A. Argumedo). Esta ha sido una de las formidables tareas de los intelectuales del peronismo, "capilarizando" hasta la médula a los sectores subalternos de la sociedad argentina; tarea que cumplió, casi acabadamente, para desplazar a las ideas socialistas y libertarias.
P. Bourdieu ha explicado que la sociedad es un campo de fuerzas donde determinadas representaciones otorgan sentido y estabilidad a determinadas relaciones sociales objetivas. Los conflictos emergentes de estas relaciones, por ejemplo los que resultan de la explotación capitalista, son atemperados y desplazados de la agenda de los valores sociales por diversos mitoides que cumplen esa función. Y es esta función la que cumple la representación "nación", verdadero idola baconiano.
Recuperar la autoconstitución desde la inmanencia de lo social, implica agenciar significaciones por fuera de las significaciones trascendentes, tales como "nación"; que instala la agenda de los agenciamientos sociales en un campo dialéctico muy distinto del propiamente autoconstitutivo. Es permanecer en un estado de alienación social, sometidos a una autoimagen que impotencia y distrae de la construcción de un destino inmanente y plural.
Pero más interesante que analizar el desarrollo de esta representación en el conjunto del pensamiento conservador es estudiar sus "usos" en lo que se ha denominado el "pensamiento nacional y popular". Muchos intelectuales, adelantándose a lo que Laclau va a llamar "significante vacío", se abocaron a la tarea de "re-significar" esta representación inventando los mitoides hartos conocidos: lo nacional y popular, el "substrato de la patria". Intento de las corrientes "nacional-revolucionarias" por recuperar y re-semantizar determinada representación social; definitoria, dicen, de una singular identidad popular: una especie de hypokeimenon imaginario, "juez" de la praxis política. Un conjunto de representaciones, englobadas en el mitoide "nación", que como dispositivo trascendente significativo, manda, normativiza la praxis social y política; y que se renueva accidentalmente, no esencialmente, de generación en generación (A. Argumedo). Esta ha sido una de las formidables tareas de los intelectuales del peronismo, "capilarizando" hasta la médula a los sectores subalternos de la sociedad argentina; tarea que cumplió, casi acabadamente, para desplazar a las ideas socialistas y libertarias.
P. Bourdieu ha explicado que la sociedad es un campo de fuerzas donde determinadas representaciones otorgan sentido y estabilidad a determinadas relaciones sociales objetivas. Los conflictos emergentes de estas relaciones, por ejemplo los que resultan de la explotación capitalista, son atemperados y desplazados de la agenda de los valores sociales por diversos mitoides que cumplen esa función. Y es esta función la que cumple la representación "nación", verdadero idola baconiano.
Recuperar la autoconstitución desde la inmanencia de lo social, implica agenciar significaciones por fuera de las significaciones trascendentes, tales como "nación"; que instala la agenda de los agenciamientos sociales en un campo dialéctico muy distinto del propiamente autoconstitutivo. Es permanecer en un estado de alienación social, sometidos a una autoimagen que impotencia y distrae de la construcción de un destino inmanente y plural.
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