La ontología política de Spinoza, con su "geometría de la inmanencia", pone en jaque la ficción ilusoria de las "comunidades (nacionales)" forjadas, "soldadas y saldadas", por una instancia superior trascendente a ella misma, que vendría a articular y a unir, a poner en comunión a la totalidad de la "conectividad" social.
Esta "ilusión imaginaria" tiene porvenir e incluso el estado (total) político secular moderno se asienta sobre ella, fortaleciendo una tecnología de la individuación fundada en la "metáfora del pastoreo" como nos explicara M. Foucault. Esto es, un individuo disciplinado y convencido que la única alternativa política seria es una instancia superior a él (y a su comunidad de pertenencia) encargada del "cuidado", del "alimento" y del "control", dándole seguridad privada y social. Creando una "razón populista" que exonera la libertad y la potencia de la diferencia, sólo garantizando la acción social capitalista. Para ello la razón política del estado capitalista crea símbolos para encorsetar identidades desplegando algunas (aquellas isomorficas al comportamiento capitalista) y velando (reprimiendo) otras alternativas.
La "instancia superior trascendente" se concibe como un dispositivo que vendría a "unir convenientemente" la intemperie trágica individual. En este mecanismo de producción de subjetividad se juega lo siguiente: trascendentalizar "totalizando" en una instancia maquínica una hegemonía política cultural. Convertir una hegemonía singular (siempre singular, siempre de una voluntad de poder) en un dispositivo total disponiéndose al disciplinamiento individual. Forjando ficciones imaginarias de un lazo social "independiente" a las pasiones diferenciales. Este proceso fuerza a los seres humanos a aceptar la máquina trascendente que algunas sociedades instituyen, velando su esencia, arrojando a los hombres a trabajar por su exclavitud como si fuera por su libertad, parafraseando a Spinoza.
Forzados a vivir en una "falsa comunidad" que se presenta como la más legitima, los hombres y las mujeres son disciplinados para aceptar la "solución" de las máquinas trascendentes; impelidos a legitimar los mecanismos institucionales no-inmanentes (aquellos que no nacen del libre juego de las potencias deseantes). Y así, sólo gana legitimidad y aceptación la potencia "protegida" por el "paraguas" del estado como máquina y dispositivo trascendente.
Este comportamiento es cebado por la promoción y validación moral de una cupiditas servil virtuosa que los seres humanos imaginan ser fuente de fortaleza, cuando en realidad es fuente de su aniquilamiento individual.
domingo, 4 de enero de 2009
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