lunes, 2 de marzo de 2009

Del arduo oficio del filósofo.

En un pasaje del estudio crítico que Gian L. Beccaria prepara sobre la obra de Cesare Pavese, La luna y las fogatas, 2007, AH editora, Bs. As., p.33, señala el arduo camino estilístico del autor y evoca la autocomprensión del propio Pavese sobre el arte poético.
Conmovido aquí por tal concepción, bien vale trasladarla para reflexionar sobre algunos aspectos del oficio del filosofar. Reescribiendo, incluso sólo reemplazando "escritor" por "filósofo", podríamos decir: Filósofo es un simple trabajador del pensamiento, obrero de las palabras y los argumentos. Trabaja para pensar y escribir lo que puede para abrir posibilidades de nuevos agenciamientos vitales. Si escribir es como dice Beccaria, refiriéndose a Pavese, un "calvario hacia el cristal del estilo", filosofar y plasmarlo en textos comunicables es el calvario de producción de "bellos" argumentos capaces de conmover posibilidades de vida cristalizadas, y de abrir otras diferenciales. Filosofar, por qué no, partisanamente, no es desahogo gozoso, no se trata del correlato de una intensidad vital, como afirma Beccaria del arte pavesiano, sino de una gradual y laboriosa construcción. Tal como el propio Pavese pensaba su oficio, el filosofar requiere de un trabajo arduo, un incesante calvario de tentativas que por lo general fracasan. "Martirio fabril", concluye el crítico, de quien día tras día construye el pensamiento.
Filosofar es como un orfebre de palabras, ahora dejando el estudio de Beccaria, capaz de criticar el peligro de la reificación de la vida y de abrir el campo de nuevas posibilidades para la vida.
El arduo oficio del filósofo es difícil de adecuar a la "gramática académica de mercado" (ver entrada en este mismo blog), porque filosofar excede a la labor de una funcionario, sólo algunos eruditos por "razones propias" la identifican. Generalmente es "gratuidad subjuntiva", esfuerzo poético-crítico.
Un "rozador", si se permite la analogía, que rotura territorios imaginarios enrevesados. Abriendo surcos de palabras, no para subsumir el pensamiento y la praxis en un deber ser total, sino para recuperar la fuerza y la potencia de la pluralidad de la vida.

2 comentarios:

Juan Rizzo dijo...

Probablemente se deba a mi mente retorcida, pero creo (o quiero) ver en eso de "rozador" un sesgo más bien erótico. Y me parece que está muy bien. Después de todo, si la filosofía tiene algún mérito, debería ser el de preñar y preñarse de posibilidades futuras. Y la tarea debería ser no menos ardua y agotadora que placentera. No menos rigurosa que compulsiva. A la vez imposible e inevitable, como tantas otras obsesiones.
Lo que digo, se me desvían las metáforas más bien para el lado de los tomates. Pero me parece que la (práctica de la) filosofía está hecha también de esos desvíos un poco incontrolables. En ese sentido, quizá este post también podría llamarse "El arduo oficio del pornógrafo". Un Nietzshe resucitado (o, lo que es lo mismo, sencillamente apócrifo) podría firmar el aforismo "Sobran académicos, faltan pornógrafos".
Saludos.

josé luis sabellotti dijo...

Juan,
de acuerdo. Tenemos que trabajar y escribir sobre tu propuesta: Sobran académicos, faltan pornógrafos.
Saludos.
JLS