En tanto la democracia representativa, y su correlativa separación entre el "poder-hacer económico" y el "poder-hacer político", mantenga el contrato social constituido como inintencional, cabe la sospecha de una hegemonía de clase para organizar socialmente el dominio biopolítico. Hegemonía de consenso y coerción, echando mano, para consolidar la legitimidad de lo instituido, al imaginario "contractualismo moderno inintencional" (metafísico por lo tanto), que podemos llamar de tipo "tras-" (como lo hemos explicado).
Esta "gramática política" es isomórfica al tráfico social capitalista, porque el capitalismo (económicamente hablando) es necesariamente una sociedad "inintencional" de masas e "intencional" de lucro individual; es la lógica propia de la expansión del mercado. Y, tal como fácticamente se ha conformado, la sociedad de masas, en su cobertura institucional (estatal), requiere un UNO rector, también, políticamente inintencional, organizador de la hegemonía; si así no fuera, si se desfasara la intencionalidad del poder-hacer político con la inintencionalidad de la sociedad la hegemonía colapsaría. En ese sentido, una "gramática multiversal intencional" (si se nos permite la expresión), alternativa, colisiona sintácticamente, no dialécticamente, con la lógica de la sociedad capitalista.
Porque el poder-hacer económico está condicionado por el régimen sistémico de apropiación existente y el poder-hacer político condicionado por los dispositivos institucionales legitimos. El poder-hacer, como libertad, aparece ya codificado por la "economía política" del investimiento libidinal de producción de subjetividad (Deleuze). Mucha razón tenía K. Marx al pensar que todo acto innovador se desenvuelve, y se inscribe como real-tolerado, en tanto se articule con la clase hegemónica; con, siguiendo a Deleuze, la codificación de los flujos legitimados.
Pero es posible "otros sentidos", más allá del "sin-sentido", denotado dialécticamente por el "sentido" de esta gramática capitalista. Hay un "principio de posibilidad" y de agenciamientos posibles en la alternativa de un greenhouse democrático, expansivo del "poder-hacer" económico y político, como un "uno" de coordinación, capaz de articular la trama de las iniciativas individuales y colectivas.
lunes, 30 de marzo de 2009
martes, 24 de marzo de 2009
Fragmento filosófico-político. 2
(Conceptos totales)
Mucha filosofía política moderna construye su edificio con conceptos transidos de absoluto, de totalidad. Nociones, ideas, que funcionan muy bien como racionalización de la experiencia religiosa, y que incluso son esenciales en ese ámbito, trasvasan fronteras y pretender servir, inadvertidamente, de fundamento a concepciones filosófica autodenominadas seculares y laicas. Las categorías: totalidad, absoluto, salvación, etc., propias de los discursos religiosos monoteístas, tejen redes semánticas que, muchas veces, entrampan a la filosofía política con conceptos metafísicos. Decir: "La salvación del género humano", ya es una expresión atravesada de puro universalismo especulativo, pura indeterminación, de universales abstractos, diría Hegel.
Construir un discurso político propositivo, además de partir de lo esencial: el análisis de la naturaleza de los afectos y las acciones humanas, debe tomar en cuenta este tipo de "conceptos totales" para no caer en formulaciones laicas y seculares análogas a los utopismos religiosos. Que la teoría y la praxis política esté atravesada por existenciarios utópicos no es ninguna novedad, es propio de cierta condición humana histórica que "espera", activa o inactivamente, inmanente o trascendentalmente, el "aún-no-ser" terapéutico y salvador. Es el "principio esperanza" de los religiosos y algunos revolucionarios.
En el "iusnaturalismo moderno" el "pacto social" como instancia total inintencional opera, las más de las veces, como un concepto total y metafísico de legitimación y fundación institucional. Este tipo de contractualismo, no despojado de metafísica, propone instituir imaginariamente, para la seguridad social total (pero sabemos que se trata de la "seguridad" de la clase dominante), un "lazo social de contención" trascendente, fundado en una autoafirmada instancia racional superior, proponiendo un campo práctico de control biopolítico en la absoluta institucionalidad del Estado. El conjunto social innintencional queda así cooptado por el "paraguas" de contención. Todo agenciamineto social singular quedará en la impotencia frente a la "omnipotencia" del Estado. Así, el "abajo" de la sociedad civil queda desligado de toda responsabilidad de hospitalidad, de empatía singular, con la posibilidad sólo de dedicar su acción social al tráfico del mercado, ya que el "arriba", con su supuesta "omnipotencia" actuará providencialmente para cuidar a los desafortunados.
Las subjetividades en proceso, desfavorecidas y empobrecidas por el tráfico social capitalista, irán quedando diacrónicamente subsumidas en un "contrato social inintencional", a la vez que las contradicciones propias del capitalismo irán excluyendo a vastos sectores sociales vitalmente "tironeados" por el desamparo, el nihilismo, y los dispositivos políticos de control. En este proceso pragmático, el Estado (de la sociedad capitalista), como sociedad política inintencional, irá perdiendo legitimidad y autoconstitución e irá escindiéndose de la sociedad civil, como bien lo han señalado muchos filósofos políticos.
Pero la solución no está en acortar "revolucionariamente" esta distancia, sino en advertir cómo el "espacio público de contención" opera inintencionalmente y como trascendencia biopolítica.
En este estado de cosas, así a sucedido en la sociedad capitalista, el pacto social constituyente pasa a ser una "ficción trascendente" impugnada también por el nihilismo contemporáneo, como otrora y aún hoy es impugnada toda instancia sobrenatural de contención. De este modo, el espacio público queda vacío de determinación social autónoma y se hace cada vez más heterónomo. Pero a la vez, y esto es lo más grave, la "contención trascendente" depotencia la individualidad insurgente y nos coloca en la "jaula de hierro" (Weber) de la sociedad totalitaria de control.
Esta concepción total, anclada en la metáfora magisterial teológica, parte de la antropológica noción de una naturaleza humana degradada (inintencionalmente) por el "pecado original" y necesitada de socorro a través de la "gracia" sobrenatural. En la metáfora del contrato social inintencional ahora la "gracia" se institucionaliza en determinados dispositivos. Pero, antropológicamente, el esquema es el mismo: el abajo, imperfecto, contingente, necesitado e impotente (naturaleza), y el arriba, perfecto, necesario, omnipotente, con "voluntad" (como "dios mortal") providencial.
De esta manera, la posibilidad de agenciamientos insurgentes y potentes, que pretenden autolegitimación, quedarán siempre desprestigiados y menosprecidos en tanto no estén "bendecidos" y contenidos por la "gracia-paragua" de un dispositivo trascendente superior.
Mucha filosofía política moderna construye su edificio con conceptos transidos de absoluto, de totalidad. Nociones, ideas, que funcionan muy bien como racionalización de la experiencia religiosa, y que incluso son esenciales en ese ámbito, trasvasan fronteras y pretender servir, inadvertidamente, de fundamento a concepciones filosófica autodenominadas seculares y laicas. Las categorías: totalidad, absoluto, salvación, etc., propias de los discursos religiosos monoteístas, tejen redes semánticas que, muchas veces, entrampan a la filosofía política con conceptos metafísicos. Decir: "La salvación del género humano", ya es una expresión atravesada de puro universalismo especulativo, pura indeterminación, de universales abstractos, diría Hegel.
Construir un discurso político propositivo, además de partir de lo esencial: el análisis de la naturaleza de los afectos y las acciones humanas, debe tomar en cuenta este tipo de "conceptos totales" para no caer en formulaciones laicas y seculares análogas a los utopismos religiosos. Que la teoría y la praxis política esté atravesada por existenciarios utópicos no es ninguna novedad, es propio de cierta condición humana histórica que "espera", activa o inactivamente, inmanente o trascendentalmente, el "aún-no-ser" terapéutico y salvador. Es el "principio esperanza" de los religiosos y algunos revolucionarios.
En el "iusnaturalismo moderno" el "pacto social" como instancia total inintencional opera, las más de las veces, como un concepto total y metafísico de legitimación y fundación institucional. Este tipo de contractualismo, no despojado de metafísica, propone instituir imaginariamente, para la seguridad social total (pero sabemos que se trata de la "seguridad" de la clase dominante), un "lazo social de contención" trascendente, fundado en una autoafirmada instancia racional superior, proponiendo un campo práctico de control biopolítico en la absoluta institucionalidad del Estado. El conjunto social innintencional queda así cooptado por el "paraguas" de contención. Todo agenciamineto social singular quedará en la impotencia frente a la "omnipotencia" del Estado. Así, el "abajo" de la sociedad civil queda desligado de toda responsabilidad de hospitalidad, de empatía singular, con la posibilidad sólo de dedicar su acción social al tráfico del mercado, ya que el "arriba", con su supuesta "omnipotencia" actuará providencialmente para cuidar a los desafortunados.
Las subjetividades en proceso, desfavorecidas y empobrecidas por el tráfico social capitalista, irán quedando diacrónicamente subsumidas en un "contrato social inintencional", a la vez que las contradicciones propias del capitalismo irán excluyendo a vastos sectores sociales vitalmente "tironeados" por el desamparo, el nihilismo, y los dispositivos políticos de control. En este proceso pragmático, el Estado (de la sociedad capitalista), como sociedad política inintencional, irá perdiendo legitimidad y autoconstitución e irá escindiéndose de la sociedad civil, como bien lo han señalado muchos filósofos políticos.
Pero la solución no está en acortar "revolucionariamente" esta distancia, sino en advertir cómo el "espacio público de contención" opera inintencionalmente y como trascendencia biopolítica.
En este estado de cosas, así a sucedido en la sociedad capitalista, el pacto social constituyente pasa a ser una "ficción trascendente" impugnada también por el nihilismo contemporáneo, como otrora y aún hoy es impugnada toda instancia sobrenatural de contención. De este modo, el espacio público queda vacío de determinación social autónoma y se hace cada vez más heterónomo. Pero a la vez, y esto es lo más grave, la "contención trascendente" depotencia la individualidad insurgente y nos coloca en la "jaula de hierro" (Weber) de la sociedad totalitaria de control.
Esta concepción total, anclada en la metáfora magisterial teológica, parte de la antropológica noción de una naturaleza humana degradada (inintencionalmente) por el "pecado original" y necesitada de socorro a través de la "gracia" sobrenatural. En la metáfora del contrato social inintencional ahora la "gracia" se institucionaliza en determinados dispositivos. Pero, antropológicamente, el esquema es el mismo: el abajo, imperfecto, contingente, necesitado e impotente (naturaleza), y el arriba, perfecto, necesario, omnipotente, con "voluntad" (como "dios mortal") providencial.
De esta manera, la posibilidad de agenciamientos insurgentes y potentes, que pretenden autolegitimación, quedarán siempre desprestigiados y menosprecidos en tanto no estén "bendecidos" y contenidos por la "gracia-paragua" de un dispositivo trascendente superior.
lunes, 2 de marzo de 2009
Del arduo oficio del filósofo.
En un pasaje del estudio crítico que Gian L. Beccaria prepara sobre la obra de Cesare Pavese, La luna y las fogatas, 2007, AH editora, Bs. As., p.33, señala el arduo camino estilístico del autor y evoca la autocomprensión del propio Pavese sobre el arte poético.
Conmovido aquí por tal concepción, bien vale trasladarla para reflexionar sobre algunos aspectos del oficio del filosofar. Reescribiendo, incluso sólo reemplazando "escritor" por "filósofo", podríamos decir: Filósofo es un simple trabajador del pensamiento, obrero de las palabras y los argumentos. Trabaja para pensar y escribir lo que puede para abrir posibilidades de nuevos agenciamientos vitales. Si escribir es como dice Beccaria, refiriéndose a Pavese, un "calvario hacia el cristal del estilo", filosofar y plasmarlo en textos comunicables es el calvario de producción de "bellos" argumentos capaces de conmover posibilidades de vida cristalizadas, y de abrir otras diferenciales. Filosofar, por qué no, partisanamente, no es desahogo gozoso, no se trata del correlato de una intensidad vital, como afirma Beccaria del arte pavesiano, sino de una gradual y laboriosa construcción. Tal como el propio Pavese pensaba su oficio, el filosofar requiere de un trabajo arduo, un incesante calvario de tentativas que por lo general fracasan. "Martirio fabril", concluye el crítico, de quien día tras día construye el pensamiento.
Filosofar es como un orfebre de palabras, ahora dejando el estudio de Beccaria, capaz de criticar el peligro de la reificación de la vida y de abrir el campo de nuevas posibilidades para la vida.
El arduo oficio del filósofo es difícil de adecuar a la "gramática académica de mercado" (ver entrada en este mismo blog), porque filosofar excede a la labor de una funcionario, sólo algunos eruditos por "razones propias" la identifican. Generalmente es "gratuidad subjuntiva", esfuerzo poético-crítico.
Un "rozador", si se permite la analogía, que rotura territorios imaginarios enrevesados. Abriendo surcos de palabras, no para subsumir el pensamiento y la praxis en un deber ser total, sino para recuperar la fuerza y la potencia de la pluralidad de la vida.
Conmovido aquí por tal concepción, bien vale trasladarla para reflexionar sobre algunos aspectos del oficio del filosofar. Reescribiendo, incluso sólo reemplazando "escritor" por "filósofo", podríamos decir: Filósofo es un simple trabajador del pensamiento, obrero de las palabras y los argumentos. Trabaja para pensar y escribir lo que puede para abrir posibilidades de nuevos agenciamientos vitales. Si escribir es como dice Beccaria, refiriéndose a Pavese, un "calvario hacia el cristal del estilo", filosofar y plasmarlo en textos comunicables es el calvario de producción de "bellos" argumentos capaces de conmover posibilidades de vida cristalizadas, y de abrir otras diferenciales. Filosofar, por qué no, partisanamente, no es desahogo gozoso, no se trata del correlato de una intensidad vital, como afirma Beccaria del arte pavesiano, sino de una gradual y laboriosa construcción. Tal como el propio Pavese pensaba su oficio, el filosofar requiere de un trabajo arduo, un incesante calvario de tentativas que por lo general fracasan. "Martirio fabril", concluye el crítico, de quien día tras día construye el pensamiento.
Filosofar es como un orfebre de palabras, ahora dejando el estudio de Beccaria, capaz de criticar el peligro de la reificación de la vida y de abrir el campo de nuevas posibilidades para la vida.
El arduo oficio del filósofo es difícil de adecuar a la "gramática académica de mercado" (ver entrada en este mismo blog), porque filosofar excede a la labor de una funcionario, sólo algunos eruditos por "razones propias" la identifican. Generalmente es "gratuidad subjuntiva", esfuerzo poético-crítico.
Un "rozador", si se permite la analogía, que rotura territorios imaginarios enrevesados. Abriendo surcos de palabras, no para subsumir el pensamiento y la praxis en un deber ser total, sino para recuperar la fuerza y la potencia de la pluralidad de la vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)