Existe un vasto territorio social imaginario latinoamericano que resiste la imposición de los mitoides de la cultura occidental y cristiana. La substancia real imaginaria (siempre mutante y recreándose) de los pueblos originarios de América, e incluso de aquel mestizaje que se fraguó en una relación estrecha con la cultura aborigen, vive su realidad cotidiana al compás de sus mitos ancestrales; estos son presencia imaginaria vivida, salud de su vida cultural y espiritual. Y también rebeldía y desobediencia al dominador. Vivir el mito, vivir resistiendo el avasallamiento, vivir resistiendo el enajenamiento. El mito así vivido, al revés de lo que diagnostica el psicoanálisis no es trauma, es plenitud de vida. En este territorio imaginario no occidental el padecimiento tiene más que ver con una cierta transgresión del orden mítico, con su olvido. El mito no actúa desde el inconsciente, refugio ante la interdicción cultural. En “Hombres de maíz” de Miguel A. Asturias vemos esto palmariamente desde el inicio del relato, Gaspar Ilóm se retuerce en sus sueños por dejar que los “maiceros mercaderes” del proceder social capitalista violenten la Madre Tierra, interrumpiendo la mágica unión de los hombres con la naturaleza. Comprende el personaje que el olvido y la perdida del origen llevan a la opresión y al despojo. El mito actúa así como la substancia de la resistencia, de la liberación.
En estos territorios imaginarios resistentes la palabra es praxis, la praxis es palabra, la palabra es carne inmanente. La vida es relato vivido, entretejido en el hablar cotidiano realizándose, así se rehace y recrea. Vivir, viviendo míticamente, es la plenitud. Pensamiento en las antípodas de la acción propia de la modernidad. Sobre esta gramática mítica inmanente se concentrará toda la potencia destructiva del imaginario de la cultura occidental, al intentar reemplazar los mitos aborígenes por los mitos de la resignación y de la obediencia “paternal”.
Pero lo mágico, expresión de la vida resistente, hablado y vivido, cobra venganza; y así sigue “Hombres de maíz”. Gaspar es asesinado y el tiempo transforma la acción heroica en leyenda, en nuevo mito. En nuevo mito que ahora viven los vengadores de Gaspar. La praxis de la resistencia es nueva ocasión de urdimbre poética. Nuevamente la palabra cotidiana transitoria rehace la leyenda de la resistencia. El lenguaje temporaliza la resistencia y la memoria. El acontecer se entreteje de palabras. Pero en las palabras reside lo mejor y lo peor (Hölderlin – Heidegger). Las palabras pueden hacer perder ese vínculo con la vida, pueden ser ocasión de olvido, de resignación, de impotencia. Las palabras como dispositivos trascendentalistas instauran un plano de puridad que extravía la potencia de lo imaginario inmanente, creando dos mundos, separando lo mítico de su encarnadura poética. Y esta ha sido la operación territorial del pensamiento totalitario, monoteísta occidental. Desencarnar las palabras y colocarlas en un plano de permanencia inmutable, con pocas posibilidades de recreación. En ese territorio poco espacio queda para la resistencia.
Pero siempre hay posibilidades de recuperar, de crear, en la inmanencia, nuestra magia, nuestra ciencia, nuestras palabras.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
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